Las malas lenguas

lunes, 21 de febrero de 2022

Papá cumple noventa años ¿o no?

Hoy he ido a la calle Alonso Heredia a felicitar a mi padre por su cumpleaños: -Felicidades, papá- le he dicho- hoy cumples noventa años. Él me ha mirado muy fijo y me ha respondido: -¿Pero qué estupideces estás diciendo? Yo no tengo ninguna hija y mucho menos noventa años. Estoy en la flor de la vida y ni siquiera me he echado novia todavía. La verdad es que lleva razón. Yo tuve un padre que murió hace unos meses con ochenta y nueve años, pero el que visito ahora en calle Alonso Heredia es mucho más joven que yo y acaba de cumplir dieciocho. Reside en este piso con su tía Lala, el esposo de esta, el tío Salvador, y su hermano Bartolo. Por supuesto, no me conoce aún, ni siquiera conoce a mi madre. En su habitación hay colgado un almanaque del año 1950, porque, en efecto, es el año en el que vive. En el piso que he alquilado en Diego de León corre febrero de 2022, pero cuando cruzo el paso de peatones y llego al piso de mi padre en Alonso Heredia es 1950. Se nota por el almanaque, pero también por los braseros de picón, el hornillo de gas, el vaho de los inviernos fríos de posguerra y el blanco y negro en el que se proyecta mi padre y todo lo que le rodea. O sea, que no hay duda, mi padre cumple hoy dieciocho años y, por lo tanto, todavía no es mi padre. Él se ha resignado ya a mi presencia. La acepta con tal de que no lo llame papá ni le diga cosas estrambóticas como que ha cumplido noventa años. En estas circunstancias, a su edad, bien podría ser mi hijo. Nunca he podido tener hijos y, en cierto modo, me ilusiona ser un poco la madre de mi padre. Será un desafío hacer carrera de él, porque va muy mal en los estudios. Se distrae mucho y busca cualquier excusa para salir y volver a las tantas. -¿Sabes qué?- me dice muy contento- hoy la tía Lala me ha dado cinco duros. Podemos ir a gastarlos a Sol. Nos tomamos unas cañas ¿a que sí? En ningún lado tiran las cañas como en Madrid con sus dos deditos de espuma tan suave. Venga, vamos ¿no te animas? Yo quería invitar a mi hermano Bartolo, pero no hace más que estudiar ¿y tú crees que con tanto estudiar le va a ir mejor en la vida? -No, papá, estoy segura de que no le irá mejor. De hecho, ha muerto antes que tú. -¿Que ha muerto Bartolo? ¿Pero qué tonterías dices? Si tiene solo dieciséis años. Asómate a su habitación y lo verás vivito y coleando. Me asomo y veo a mi tío: un adolescente de cabellos claros, que consume la luz de sus ojos azules en la lectura de sus libros de texto. -Qué guapo es el tío Bartolo, nunca lo había visto tan joven. Se parece a Tony Curtis. -Pero qué locuras dices ¿cómo va a ser Bartolo tu tío? Si es un chiquillo… Aparece nítida e indiscreta la imagen de mi tío en el tanatorio, maquillado suavemente en su ataúd ¿cuántos años hace ya de eso? Para mí es pasado, pero para el tío aún es futuro. Vive en 1950 ¿estudiaría tanto si supiera lo que le va a pasar? Cierro la puerta para que mi tío prosiga en su recogimiento frailuno. No ha apartado la mirada del libro, no me ha visto. Está replegado en sus galerías interiores, de las que nunca saldrá. Nunca supimos lo que pensaba, lo que sentía, en qué consistía el misterio de sus silencios pertinaces. Mi padre, sin embargo, es transparente: -Quítate los zapatos- me ordena. Con los zapatos en las manos alcanzamos a oscuras la puerta de salida. Tía Lala y tío Salvador, que ya duermen, no deben enterarse de que salimos a estas horas. -Pero, papá, nos tomamos solo dos cañas y regresas. Tú también tienes que estudiarte los parciales- le advierto cuando ya estamos en la calle. Ríe y se encoge de hombros: -Los parciales son dentro de una semana. Yo estudio la noche anterior y con eso va que chuta, saco un cinco ¿no es bastante con eso? -No, papá, no es bastante. Si vas a lo mínimo, no vas a poder nunca aprobar unas oposiciones a fiscal o a abogado del estado y discutirás mucho con mamá, que va a reprocharte no haber sabido aprovechar tus oportunidades. -¿Y cómo sabes eso? -Lo sé por experiencia- respondo con resignación- y, como lo sé yo, lo saben todos los vecinos del bloque. Vuestras peleas son memorables. -¿Pues sabes lo que te digo? Que no quiero conocer a tu madre, seguro que es una pesada como tú. De tal palo, tal astilla, dice el dicho. -Pues sí, tú siempre dices que me parezco mucho a ella. -No sé cuándo he dicho eso, pero cómo tú haces que lo sabes todo, pues en fin, ¿hacemos una parada en General Pardiñas? Allí hay una taberna estupenda de la que me ha hablado el compadre Julio… -¿El tito Julio? -¿Cómo el tito Julio? ¿Mi compadre es también tu tío? Estás para que te encierren. Vamos a la taberna de Pardiñas y allí tenemos el primer percance, porque el camarero no quiere aceptar las pesetas de Franco, que le da mi padre. En el piso de mi padre están en el año 1950, pero en las calles corre 2022. Discuto con el camarero, que sugiere que mi padre lo quiere timar y por ahí no paso. Me permito reprenderle algunas conductas a mi padre, pero no consiento que nadie lo critique en lo más mínimo y mucho menos, que lo acuse de estafa. -Cuide usted lo que dice porque puedo ponerle un parte disciplinario, o sea, una hoja de reclamaciones. El camarero me mira perplejo y yo me apresuro a entregarle mi tarjeta de crédito para hacer el pago y zanjar la discusión cuanto antes. Papá se queda atónito al ver la tarjeta posada en el datáfono: -Ya está, papá todo solucionado. -¿Cómo todo solucionado? ¿O sea, que tú puedes pagar con ese trozo de plástico y yo no puedo hacerlo con la moneda legal en curso? En este tugurio están todos locos ¿lo ves? Pues no pone a la entrada que la taberna fue fundada en 1985. Si todavía quedan treinta y cinco años para que pueda ocurrir eso…Yo, mira, no sé si salir más contigo, porque cuando salgo solo o con mi compadre Julio veo el Madrid que conozco, pero es estar a tu lado y todo cambia. Va la gente por las calles, abrigada con colchas, y mirando una linterna. -Los móviles, papá. -¿y qué es eso? -Un teléfono que pueden llevar en la mano. -¿De verdad? Pues menos mal que nosotros no lo tenemos. Imagínate que nos llaman la tía Lala y el tío Salvador y nos pillan infraganti. -Yo sí que tengo uno, papá, ¿qué te parece si nos hacemos un selfie y se lo enviamos a mamá? -¿Un selfie? -Sí, es un retrato…. -Quita ya, que no son horas, otro día nos vamos al Retiro y allí el retratista nos hace una foto en condiciones. Tengo que ir al barbero a que me afeite y me haga un buen pelado. -¿Para qué, papá? Estás muy guapo así. -¿De veras? Ya has dicho que mi hermano se parece a Tony Curtis y yo ¿a quién me parezco? -Sinceramente a nadie. Eres el hombre más guapo del mundo y, en ese nivel, no hay parangón. -Mecachis en la mar, primero me regañas y luego me dices estas cosas tan bonitas, qué rara eres ¿Vamos a Sol o qué? -Vamos a Sol, papá, y nos tomamos dos cañas más, solo dos, después te vas a estudiar a casa ¿me lo prometes? Iré a verte mañana y pasadomañana. Iré a verte todos los días. -¿Todos los días? Eso es demasiado. No me dejas respirar. -Ahora que te he encontrado, no quiero perderte de vista. -No sé qué quieres decir con eso… -He venido hasta aquí para estar contigo. En el pasado tuvimos muchas discusiones, pero yo sabía que cuando nos reuniésemos en Madrid podríamos volver a resolver esas diferencias. Ahora somos buenos amigos ¿verdad? Mi padre está muy confuso, pues el pasado del que le hablo es su futuro y, por tanto, lo desconoce. -De acuerdo, somos amigos, pero por eso mismo no te comportes como si fueses mi madre. Yo no necesito una madre como tú, ya tengo una y es un pedazo de pan. Nunca me echa la bronca como tú lo haces. -¿La abuela Dolores? He oído hablar mucho de ella y llevo su nombre porque murió poco antes de nacer yo ¿vendrá pronto a visitarte? No te imaginas cuánto me gustaría conocerla. -Pues creo que viene en primavera ¿pero qué haces? ¿Ahora te pones a llorar? -Es que estoy muy emocionada. -Te ha sentado mal la cerveza, yo creo que es mejor que tomes vermú, pero la próxima vez déjame que pague yo. Quedaré muy mal si me invita una señora ¿qué podrían pensar de mí? Por fortuna, al llegar a Sol, las calles vuelven al blanco y negro de los cincuenta, y, en ellas están las tabernas que mi padre conoce y en las que puede pagar con sus pesetas. -Encantada de conocerla- me dice Juanito, el tabernero- usted es la madre de Pepe ¿verdad? -No, exactamente- responde papá contrariado. Juanito guiña un ojo: -Ah, comprendo. Disculpa, joven. Desde luego no ha comprendido nada, pero perderíamos el tiempo si le quisiéramos explicar una relación tan compleja, así que bebemos en silencio. Visitamos dos o tres tugurios y, finalizado el itinerario festivo, regresamos a pie a Alonso Heredia. Mi padre, al llegar a su casa, arroja unas chinas contra la ventana de la habitación de su hermano Bartolo. -Eh, Bartolo, ábreme. La luz del cuarto sigue prendida y mi padre comenta: -Ya sabía yo que Bartolo seguiría despierto. Con los parciales parece que se va a comer los libros. Hablaba con una satisfacción que hacía ver el orgullo que le infundía su hermano. Aunque no pudiese compartir su actitud en la vida, lo admiraba sin sombra de envidia. La puerta principal se abrió como por ensalmo. No vi la cara de mi tío, quien evidentemente la abrió. Tenía la cualidad de aparecer y desaparecer con el sigilo de un gato. Como si nada hubiese sucedido, volvía a dibujarse su perfil en la ventana, reclinado sobre los libros, mientras mi padre buscaba a tientas la cama. -Duerme bien y mañana estudia mucho- le dije a papá al pie de las escaleras- volveré por la noche para que me recites los temas. -No, por favor, tendrás cosas que hacer, vuelve otro día. Mi padre cree que puede librarse de mí. Se equivoca. Existe solo por la voluntad que tengo de que exista. Sin duda, el recurso funciona. Desde que tengo estas charlas con él, he conjurado el insomnio y puedo dormir del tirón. Esto es algo que he de agradecerle a Schopenhauer.

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