miércoles, 3 de noviembre de 2021
Los sufrimientos del escritor
“Los sufrimientos del escritor”, el antepenúltimo ensayo del prolífico autor Enrique Gallud Jardiel, es un libro de interés general, por cuanto se refiere a un sector que prolifera en la actual sociedad: los escritores. Si Madrid era, según Dámaso Alonso, una ciudad de más de un millón de cadáveres, ahora abarca más de un millón de escritores, muchos a pique de ser cadáveres a causa de lo que sufren. Cómo no han de sufrir en un mundo en el que todos escriben y nadie lee. Y quien dice Madrid, dice el resto del orbe, pues, siendo globalizadas las costumbres, no hay rincón recóndito del planeta donde no proliferen los plumíferos y padezcan lo suyo en consecuencia. Escribir en Madrid sigue siendo llorar, como dijo Mariano José de Larra antes de suicidarse, mas ahora también se llora en provincias y hasta en el más intrincado poblado africano lloran los autores en todos los idiomas. Unos lloran con un solo ojo y otros con los dos, de modo que, en base a este valioso libro de Gallud, podríamos hacer un catálogo de escritores sufrientes, a saber:
a) Los que, pese a su talento, no son reconocidos ni remunerados.
b) Los que, con más talento o menos, sí son reconocidos, pero poco remunerados y ponen un taller de creación literaria que les genera ingresos y secuelas de nuevos escritores sufrientes.
c) Los que, sin talento, ni remuneración, nunca obtienen reconocimiento, porque escriben muy mal y no lo saben.
Sobre estos últimos se extiende el manual, pues hay muchos modos de escribir mal y muy pocos de escribir bien. Lo primero se puede evitar y, sin embargo, lo segundo es inaprensible y poco aconsejable, ya que el escritor genial es una persona inmadura, un inestable emocional y una desgracia, en definitiva, para sí mismo y para sus padres. Ahí están los célebres casos de Boccaccio, Shakespeare y Kafka, entre otros.
Calderón de la Barca lo ejemplificó en una primera versión inédita de “La vida es sueño”: El rey Basilio supo por las estrellas que su sucesor Segismundo iba a ser escritor y, como hombre prudente, lo encerró en una torre, porque, como todos saben, un rey poeta sólo puede traer la ruina a un país, sin embargo, Segismundo tozudo hasta en su encierro, seguía dándole la paliza a las ratas con sus monólogos orales:
“Qué delito cometí
contra vosotros naciendo.
Aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido;
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido”.
Al oírlo Rosaura, otra escritora desgraciada, que andaba por allí, formuló una fábula judeocristiana en verso, cuya moraleja consistía en que hay que consolarse, pues si estás jodido, siempre hay otro ser más jodido que tú. Lo normal es que Segismundo y Rosaura se hubiesen entendido entre ellos y no le dieran más la lata a nadie, pero Rosaura estaba siguiendo a Astolfo, un amante huido, que estaba hasta los pelos de las retahílas moralistas de la doncella. Y aquí viene el desventurado desenlace; Rosaura se casa con Astolfo y Segismundo con Estrella, que eran bastante ajenos a la literatura y, por tanto, más felices. Si ya hemos dicho que un buen escritor es una desgracia para sus padres, lo es más para sus parejas, que, en ocasiones, incluso les sobreviven penosamente, pobres criaturas.
De las páginas de este gran ensayo de Gallud se deduce que los buenos escritores sufren y los malos, además de sufrir, son insufribles. Si, como se prevé, al escribir bien o mal, se sufre de todas maneras, conviene perder el tiempo en algo digno, aunque la posteridad sólo premie con una estatua sobre la que cagan las palomas. Gallud da pautas sobre cómo mantener la dignidad y viceversa, pues algunas pautas y normas absurdas mutilan el genio literario tanto como lo políticamente correcto.
Ars longa, vita brevis, por lo tanto, cuida mucho lo que escribes y cuida mucho más lo que lees. Lector y tal vez escritor en ciernes, si no quieres dar más palos de ciego, atrévete a ver la luz en este ensayo.
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