LA GENEROSIDAD DEL HUMORISTA
Si hay un adjetivo que pueda definir a Enrique Gallud Jardiel, este sería generoso. Lo demuestra por escribir al ritmo ultra-prolífico de un libro diario, multiplicarse como los panes y los peces en todos los géneros literarios, subirse a las tablas de los escenarios y hasta atender a los amigos pesados, que, me temo, somos tantos como su paciencia para pedirle un prólogo o una reseña. Voy ya por la quinta línea y me salen dos adjetivos más para Gallud: prolífico y paciente y si sigo por este camino me podrían salir tres docenas más, todos de carácter elogioso, con lo cual esto en lugar de un prólogo parecería más bien un panegírico o ,mucho peor, un epitafio: ese tipo de textos aborrecibles que se les escriben a los presuntos amigos, cuando ya no te pueden oír, para que el resto de la humanidad se entere de lo buena persona que eres y del honor que te toca por haber tenido relación con una persona ilustre: un acto, en fin, de vanidad repugnante, valga la redundancia, sobre todo, si le hablas en vocativo y para colmo eres ateo, con lo que te ganas la medalla de honor del cinismo, máxime, si en vida no le has hecho el menor caso, como suele ocurrir. No es el caso, porque yo a Gallud lo tengo siempre muy en cuenta –aunque él podría decir, con todo derecho, que en especial para pedirle favores, que no lo dirá, pues es muy discreto (otro adjetivo más, mecachis) –. Pero, en fin, a lo que iba, hay más personas que adjetivos por cada comunidad hablante y habría que repartirlos con justicia y equidad. O sea, cada cual debería tener el suyo y algunos ni eso. El adjetivo debería ser una mención de honor para quien hiciese los méritos necesarios. El adjetivo honorífico es mucho mejor que una estatua y más higiénico, porque en él no se cagan las palomas ni vienen a agredirlo los adolescentes vándalos y borrachines con pintadas humillantes.
Yo a Gallud en este prólogo le concedo el adjetivo
“generoso”, porque conviene también con la materia del libro “Cómo escribir
humor” (editorial Pie de página, 2020), sin menoscabo de atribuirle otros en
las demás reseñas y prólogos de los próximos cien o doscientos libros que
escriba (que saldrán a la luz ya mismo). Y le dedico tal adjetivo porque no hay
mayor generosidad que la de publicar las claves y secretos de lo que se
escribe, instruyendo en ello a los que pueden significar la avalancha de la
competencia. Una cosa sin mérito- me diréis- porque hacerle la competencia a
Gallud es dejarse la vida en ello. Sus días tienen cuarenta y ocho horas, sus
semanas, una temporada entera, y cada uno de sus meses, un año bisiesto. Cuando
vas a publicar un libro, él ha publicado ya cuatro anteayer y va derechito a por
los próximos cuatro; que dicen que hasta Félix Lope de Vega, el fénix de los
ingenios, que escribía una comedia cada noche y la estrenaba al día siguiente,
anda loco desde el más allá, preguntándose de dónde ha salido este hiperactivo
de las letras que se atreve a hacerle sombra y encima conserva el pelo y las
piezas dentales, caramba.
No podría yo responderle a tan ilustre dramaturgo, pues esa
misma pregunta me ronda desde hace tiempo. La respuesta podría residir en que
es un extraterrestre, mucho más espabilado que aquellos que nos presagiaban
para el siglo XXI, verdes y con antenas, y con muchos más resabios que el Gurb
de Mendoza (jolín, otro adjetivo, “extraterrestre”. No doy una.). Pero sí, algo
de eso tiene que haber, escribir libros de humor y tan seguido resulta muy
complicado, por más que él lo sintetice en este manual. El humorista, es, por
lo general, una criatura empachada de obras serias, que, para rizar el rizo,
las parodia. Conoce sus recursos, pero se le presenta un gran aburrimiento al
intentar lo mismo y se dedica a transgredir con sus recursos diabólicos:
adynaton, anacoluto, busilismo, disfemismo, políptote, metalepsis… que, contra
lo que pueda pensar una mayoría, no son medicamentos ni enfermedades orgánicas.
El humorista, en fin, distorsiona, pero tiene que conocer bien qué ha de
distorsionar, como aquel pintor de arte abstracto, que, con pleno conocimiento
de Tiziano, Velázquez y compañía hace unas Meninas estrambóticas y viene a
llamarse Picasso, con lo cual queremos decir que quien no conoce la pintura
clásica, no transgrede sino que emborrona e igual le ocurre al literato
diletante; rellena páginas como quien rellena morcillas. No es eso, no es eso,
como diría Ortega y Gasset. Hay que conocer la tragedia para escribir la
comedia y poner a los héroes en zapatillas. Con ello escribió Aristófanes “Las
nubes” y se atrevió a describir a Sócrates como un chalado, como el propio
Gallud en sus historias cómicas ha puesto a caer de un burro a personalidades
de la política, el pensamiento y las artes, sin dejar títere con cabeza.
Está muy bien ser transgresor, mas antes hay que conocer lo
que se transgrede y cómo; lo demás es mera baratija. A mí, especialmente, me ha
gustado mucho la mención de Gallud en este libro de “Las mil peores poesías de
la lengua castellana” de Jorge Llopis. Aquel
autor conocía muy bien la tradición de la poesía española e imitaba en tono felizmente
paródico a todos nuestros autores sagrados. Nunca pensé que me podría reír por
una parodia de mis adorados Antonio Machado y García Lorca, pero lo hice (y
mucho). No los he traicionado empero porque el humor es reírte de todo: de tus
referentes y, más aún, incluso de ti mismo.
El humor es un acto inmoral, anárquico; el único reducto de
libertad que nos queda. Debemos venerarlo, porque lo necesitamos para
sobrevivir. En estos tiempos retrógrados, donde lo políticamente correcto, nos
coarta la libertad de expresión, hay que reivindicar el humor como bandera.
Tenemos muchas razones para llorar y muy pocas para la risa por estar, además,
perseguida, pero dejemos que fluya y nos ensanche los pulmones ¿Qué otra cosa
nos queda?
Gallud nos indica en este impagable manual dónde encontrar el
humor y cómo escribirlo. Observemos estas pautas y brindemos al resto de la
humanidad el don preciado de la risa. Es el mayor acto de generosidad y así lo
ofrece Gallud el Generoso. Vamos.
Lola Clavero
Málaga, 26 de diciembre
de 2020 (un día de demasiado frío para esta ciudad templada)