jueves, 21 de octubre de 2021
Ropa vieja a precio de oro
La ropa de segunda mano era una ofrenda humillante que antes correspondía a la clase humilde. Las señoronas de cierto rango regalaban sus vestimentas ajadas y deslucidas por el uso a las doncellas y, en ciertos casos, al ropero de caridad.
Como los tiempos cambian y las modas son materia de capricho, que es musa estrafalaria, ahora es de gusto exquisito y elitista comprar ropa usada a precios de órdago. A ese tipo de atuendos, además de carísimos, muchas veces espantosos, se les llama “vintage”. Me explico, no toda la ropa usada es vintage. Cuando la ves en un revoltillo de un puesto de El Rastro a dos euros las prendas se llaman “oportunidades” y las compramos los frikis poco solventes, después de mucho escarbar con la mano en el maremágnum de horrores, pero si esas mismas prendas se exhiben con cierta gracia en los escaparates de un comercio chic de Malasaña valen lo mismo, nada, pero cuestan un huevo de pato, que sólo pueden permitirse los pudientes extravagantes. A esa ropa usada sí se le llama “vintage”, y es la pera; la pera limonera.
Proviene del saqueo de armarios de gente que fue muy moderna en los años setenta y, a estas alturas, posiblemente haya ya fallecido. El “vintage” tiene su puntito también de necrofilia. Es, en fin, una tontería morbosa.
Si, en un momento del pasado, se despreciaron los ropajes de aquella tía soltera que iba de psicodélica en las boîtes de la apertura, ahora se compran como un Dior los atuendos de otras tías solteras anónimas o las pellizas de borrego y los pantalones de campana de aquel abuelo de no sé quién que corría en las “manifas” de la persecución de los grises o las chaquetas de lentejuelas de un fallecido fan de Elvis Presley.
Lo último en moda huele a alcanfor, a muerte por frustración o sobredosis: a melancolía. Es trágico pero, como trágico, también sublime y, por lo general, feísimo, pero el feísmo es una expresión conmovedora de la estética y en ello, los setenta son el novamás: esas telas brillosas de nylon de las camisas con estampados de rombos, donde luchan el marrón y el naranja, el naranja y el rosa, esos cuellos enormes que desafían a la gravedad, esas faldas ramplonas tableadas de corte escocés, esos jerseys de lana tejidos por la abuela, en varios parches, con las sobras de lana, tan parecidos a los cojines del sofá del salón…Compón tu apariencia con todos estos espantos y serás alguien, vestirás “vintage”, aunque en ello se te vaya el sueldo y el buen gusto. Y te distinguirás de los humildes que estrenan prendas globalizadas de Bershka, de Pull and Bear y Springfield, etc…
El vintage no favorece; es caro, feo y muchas veces de mala calidad, pero te asocia a una élite. Si eres rico, usa ropa vieja y horrenda, porque sí, porque tú lo vales.
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